viernes, 16 de agosto de 2013

Quinto capítulo de diez

Endersal
Capítulo 5
Endersal



Llegó a la parte trasera de la taberna del Verdugo. Sabía donde Barong, el cantinero escondía la llave. Entró y cerró tras de sí. La oscuridad le rodeó cuando un fuerte golpe le dejó inconsciente sobre el mugroso suelo de la trastienda.

Despertó de repente, relamiéndose los labios por el vino que le iba cayendo por la cara. Frente a él, la fea cara de Barong le sonreía mostrando sus irregulares y negros dientes. Después, frente a frente, con el estómago saciado y con una jarra llena de cerveza, sentados en una mesa, con el bullicio lejano de la clientela en el piso de encima, le explicó parte de la verdad de lo sucedido y la urgencia que tenía para desaparecer de la isla.

Tres días después, disfrazado de criado, embarcaba en un barco cargado de armas rumbo a la costa de Zumbira.

Por primera vez en su vida se sentía libre de ataduras. Tenía una bolsa llena de monedas de oro y un lugar a donde dirigirse, Endersal, reino de enormes riquezas, gruesos comerciantes y vergel de fechorías para un ladrón como él.

La ciudad de Endersal se encuentra en la zona septentrional de la comunidad de los Humah Norwon. Cerca de cincuenta mil habitantes moran tras sus altas y gruesas murallas. En el centro, y elevándose hacia el cielo, se encuentra la fortaleza del rey Kron, quien gobierna con mano diligente y audaz sus territorios. Magnánimo y querido por todos sus súbditos, imparte la justicia con mano dura y durante muchos años ha mantenido la paz en su reino.

Fue fácil entrar en la ciudad. El acceso a la misma estaba franqueado por dos soldados y un oficial que sólo inspeccionaban los carromatos que accedían a la misma. Los viajeros que iban a pie pasaban sin más. Se dirigió a los suburbios de la ciudadela, donde se encontraban los antros para contrabandistas, ladrones y gente de mal hacer.

A pesar de encontrarse en la parte baja de la ciudad, quedó maravillado por la estructura de las casas, las calles, el sistema de alcantarillado,... Sin lugar a dudas Endersal era una de las ciudades más bellas que había visto jamás.

Pronto se aburrió de estar inactivo. Los días le pasaban lentos y empezó a poner el oído a todo comentario que le llevara de nuevo a la acción. No quería volver a embarcar. Estaba harto del mar, los fuertes oleajes de inmensas olas, la suciedad y el mal olor en hacinamientos cerrados. Deseaba otro tipo de aventuras. Y a poder ser, en tierra firme.

Al final vio recompensado sus esfuerzos. Una noche, sentando en la oscura esquina de una taberna, con una enorme jarra de cerveza en la mano, escuchó las maquinaciones de dos ladrones. Su plan era sencillo, penetrar en la cámara real de la fortaleza del rey Kron y robar todo lo que pudieran. Sonrió en la oscuridad, ya que no les sería difícil acceder a los aposentos. Uno de aquellos hombres, cubierto su rostro por la capucha de su capa,  dejaba entrever, bajo ella, el emblema de la guardia real, por lo que prácticamente la entrada era ya casi segura. Estaban ultimando los últimos detalles, mirando furtivamente a su alrededor continuamente, sin percatarse de su presencia.

Oyó todos sus planes. Pasados unos instantes, el soldado, tras terminar su jarra y eructar ruidosamente, se levantó, cubrió lo poco que quedaba al descubierto de su uniforme con su capa y atravesó la sala. Abrió la puerta y desapareció en la oscura y lluviosa noche.

Aún pasó una larga hora hasta que el otro hombre se levantó tambaleando. Recibió insultos y empujones por parte de todos los que se encontraron en su camino. Hizo caso omiso de todos ellos. Se sentía feliz. Mañana, a aquellas horas, él sería inmensamente rico, y sí, posiblemente de nuevo borracho, pero rico muy rico y lejos de allí.

Le siguió por las estrechas callejuelas de la baja ciudad. Le impresionó el cambio efectuado por el hombre que tenía frente a él, a escasos ochenta pasos. Había salido tambaleándose de la taberna y había continuado así durante tres o cuatro callejuelas. Después, le había perdido durante unos instantes, pero finalmente le había vuelto a encontrar, sólo que ahora había perdido todo rastro de tambaleo. Se movía con pasos firmes y seguros, cabizbajo, con las manos bajo los bolsillos de la capa. Cada vez andaba más rápido, aunque a veces paraba en seco, como si se hubiera olvidado algo.

Sabía lo que ocurría. Había descubierto que le seguían. Seguramente, en algún momento, tras el intervalo de tiempo entre que se había ido el soldado y se había levantado para marcharse, detectó su presencia entre las sombras. Se ocultó en el umbral de una puerta justo cuando el otro se daba la vuelta. Su respiración se aceleró, cerró los ojos y posó la mano sobre la empuñadura de su daga. Al rato, bajo la ahora fina lluvia, oyó el taconeo de unas botas perdiéndose calle abajo.

Aún tardó unos instantes en salir de su escondrijo. Se recostó contra la pared. Tenía que pensar rápido, antes de que se le escurriera de las manos. En los últimos días había tenido tiempo de sobra para recorrer todas y cada una de las intrincadas callejuelas en las que se encontraba, y sabía perfectamente donde desembocaba la callejuela en la que ahora se encontraba.

Corrió calle arriba tan aprisa cómo pudo, giró a la derecha y se internó en otra estrecha que descendía en paralelo a la que acaba de dejar. Por fortuna, a esa hora de la noche, no había nadie. Calculó mentalmente que ya había adelantado a su presa. Quedaban pocos metros para llegar hasta el final. Justo en la plaza donde se encontraban las dos calles se hallaba un pozo rectangular, de paredes lo suficientemente altas como para esconderse tras él e interceptarle. La mano derecha desapareció bajo su capa para asir la empuñadura de su daga. Justo al entrar en la plaza, recibió un fuerte empujón en la espalda que lo lanzó cual largo era sobre el mojado empedrado. El impacto le dejó sin respiración durante unos instantes, los necesarios para que unas poderosas manos se aferraran a su cuello. Sintió un dolor lacerante cuando la rodilla de su oponente se afianzó sobre su espalda. Sus dos manos se aferraron al firme y se dejó caer de lado, pero su atacante no pensaba dejarlo ir tan fácilmente.

Con la vista nublada, consiguió sacar su daga y la lanzó hacia atrás, atravesando el fuerte brazo de su oponente. Un grito salió de la garganta de su atacante y sintió como sus manos aflojaban el cuello. Aprovechó para impulsarse hacia atrás y sintió como sus músculos casi estallaban por el esfuerzo realizado. Se puso de cuclillas y se incorporó de un salto mientras desenvainaba su espada. En la oscuridad, bajo la lluvia vio la silueta que se aferraba el brazo herido. Levantó una mano para guarecerse de la espada que caía sobre él, pero de nada le sirvió.

Jadeando se puso de rodillas. A pesar de la fría lluvia, bajo sus ropas, el sudor le caía a borbotones. Se masajeó el cuello con una mano mientras miraba alrededor. No había nadie a la vista, y si la había, la lluvia y la oscuridad le protegían. Palpó en el interior de los ropajes del fallecido y encontró lo que buscaba. Era una capucha negra. Recogió la espada, y la daga que atravesaba el brazo del desdichado ladrón, y se fue corriendo calle arriba. No le quedaba mucho tiempo para reunirse con el traidor guardia de palacio.



Décimo capítulo de diez

Endersal Capítulo 10 ¿Tu nombre? Durante la caída, notó como la mano de la chica se aferraba fuertemente a la suya. El violento c...