viernes, 2 de agosto de 2013

Tercer capítulo de diez

Endersal
Capítulo 3
Capitán Erius

Tras las rocas, observó como dos marineros saltaban de la barcaza. Con el agua a media pierna arrastraron la chalupa hasta la orilla. Los cuatro remos se levantaron al unísono y el capitán Erius saltó a la blanca arena. Su corpulento cuerpo se irguió cuan largo era. Su desnudo torso sólo se veía cruzado por la bandolera que portaba su pesada espada. Escudriñó con los ojos entrecerrados a su alrededor y, satisfecho, empezó a andar hacia la selva que se levantaba a pie de playa.
Los cuatro marineros que sujetaban los remos dejaron estos en el interior del bote y salieron del mismo para hablar con sus dos compañeros.
Pronto apareció una botella de licor y, en cuanto estuvieron enfrascados en la conversación, salió de su escondite y entró en la selva. Sabía donde encontrar al capitán.
Durante veinte largos minutos estuvo tras él. Sonrió cuando oyó el rugido de ira que salió de su garganta. Hacía tiempo que había trasladado todos los objetos, joyas y monedas que se encontraban ocultos, en un grandioso cofre enterrado, a otro lugar.
Encontró al capitán de rodillas, dándole la espalda. El tronco que llevaba en su mano empezó a descender justo en el momento en el que se estaba volviendo. El impacto le golpeó en un lado de la cara y lo lanzó dentro del cofre vacío. La pesada tapa cayó sobre su cuerpo y un agónico grito surgió de su garganta.
La mano del capitán Erius apareció entre la rendija que había quedado entreabierta. Aplicó todo el peso de su cuerpo sobre la tapa y el crujir de los huesos al romperse dio paso a un grito de dolor que quedó amortiguado al cerrarse completamente el cofre.
Con el tronco a mano, levantó lentamente la tapa para encontrarse con la mirada aturdida de su antiguo capitán. Su rostro pasó de la incredulidad a la sorpresa al reconocer a su atacante.
Se sujetaba la mano rota. El dolor era insoportable, pero más la ira contenida que pugnaba por surgir de su interior al haber sido sorprendido de una manera tan burda. Su mente volaba velozmente en busca de una salida. Creía que había eliminado a toda su antigua tripulación y ahora se encontraba en un aprieto, sin su tesoro y con la mano derecha destrozada, sin posibilidad de aferrar su espada.
Sonreía mientras le explicaba su plan. Él tenía su tesoro y el capitán la llave para sacarlo de la isla. Tan sólo tendría que explicar a la tripulación que le había encontrado deambulando por la isla y que se trataba del único superviviente de un naufragio. Una vez en tierra y a salvo, le indicaría el lugar donde se encontraba el contenido del cofre. En cuanto a la mano..., bueno, ya buscaría alguna excusa ante sus hombres.

A pesar de los recelos de la tripulación, el plan se llevó a cabo tal y como lo había planeado. Una vez a bordo, fue fácil sembrar entre los marineros el rumor de la traición del capitán a su antigua tripulación.
La rebelión se presentó una mañana tormentosa. Erius fue sacado a golpes de su habitación. Bajo la lluvia fue atado al palo mayor y azotado sin piedad hasta que confesó su traición. La ley de la piratería era clara con estos casos, y también muy cruel.
El gigantesco e imponente cuerpo de Erius no parecía ahora tal. Desnudo, acurrucado, con la lluvia del agua resbalándole por su maltrecha espalda, esperando su inevitable destino. No pidió clemencia cuando le extendieron sobre la cubierta.
Cogido fuertemente por manos y pies, una maza fue descargada repetidamente sobre sus brazos y piernas, rompiéndole todos y cada uno de sus huesos. Sus gritos fueron sofocados por la tormenta cuando lanzaron su cuerpo por la borda. Poco fue el tiempo que estuvo sobre las bravas aguas. Sin movilidad alguna en piernas y brazos, se hundió rápidamente.

Décimo capítulo de diez

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