viernes, 26 de julio de 2013

Segundo capítulo de diez

Endersal
Capítulo 2
Alyssia

Ahí había empezado su carrera, con tan solo trece años, asesinando a un rico comerciante de lana. Su gruesa bolsa solo estuvo en sus ensangrentadas manos el tiempo suficiente para sostenerla y sentir su peso. Al cabo de dos días era apresado y un día después, tras haber pasado una noche de brutal interrogatorio, con la piel de la espalda arrancada por los azotes recibidos, era enviado a la prisión de la ciudadela para ser ejecutado al amanecer del día siguiente. A pesar de su corta edad, su castigo sería el mismo que se aplicaba a los adultos. Sus manos serían cortadas con acero candente, sus ojos arrancados de sus cuencas, su lengua cortada y sus oídos torturados hasta quedar sordo. Este proceso podía durar varios días de manera que el preso pudiera sufrir cada uno de los castigos aplicados. Después solo le restaría esperar la muerte en una de las jaulas que colgaban de los muros de la ciudadela, pasto de los cuervos que rondaban buscando su comida.
Durante el trayecto, encerrado en un carromato maloliente, junto a once presos más, lamentó su mala suerte. El mal estado del camino hacía que fueran moviéndose bruscamente, golpeándose unos con otros. Sólo una rendija en un lateral del carro dejaba pasar un haz de luz. Sus ojos captaron manos sucias unidas a argollas que pendían de un collar de hierro y que a su vez, de sus manos, iban a los grilletes que sujetaban sus pies. El camino a la ciudadela cruzaba un bosque, y allí fue donde fueron asaltados. Los doce guardias que custodiaban a los presos fueron aniquilados por los dardos de las saetas ocultas a lado y lado del camino. El cuerpo del guardia que aferraba las riendas del carro quedó empotrado contra la pared de madera del mismo por los cinco proyectiles que penetraron en su pecho.

La puerta se abrió y un haz de potente sol les iluminó. Sintió como una poderosa mano empujaba su dolorida espalda y se vio lanzado a través de la obertura hasta caer bruscamente contra el suelo embarrado. Una sombra se proyectó sobre él. Se dio la vuelta y vio al gigante que le había precedido en la plaza de la prisión al hacerlos entrar en el carro.

Una enmarañada y grasienta cabellera caía sobre sus hombros. Uno de los hombres descargó una descomunal hacha entre los pies del gigante y la cadena que los unía se quebró dejándole libre. De un salto se situó frente al chico. Le miró ceñudamente y sin dejar de observarle ordenó que mataran a todos los que se encontraban dentro del carromato.

Gritos y súplicas empezaron a oírse pero se acallaron rápidamente bajo las afiladas hojas de las espadas. Uno de los malhechores se acercó con una llave en una mano y empezó a liberar a su señor. Mientras se frotaba las muñecas, señaló con la cabeza al chico y también fue liberado. A los pocos minutos estaban atravesando el bosque en dirección a los acantilados a lomos de vigorosos caballos.

Cuando dejaron atrás la arboleda se abrió ante ellos un extenso campo que terminaba abruptamente en un alto precipicio que desembocaba en el mar. Afiladas rocas, perfiladas por el transcursos de muchos años de violentos oleajes esperaban impacientes los cascos de los barcos que tuvieran el infortunio de acercarse hacía ellas en los días de mala mar.

Por fortuna, aquel día estaba en calma y en el horizonte se perfilaba la silueta de un enorme barco. A lo largo del mismo las enormes catapultas esperaban la orden de atacar. En la línea inferior, bajo cubierta, enormes saetas aguardaban ocultas prestas a salir al exterior, con sus pesadas puntas de acero brillando bajo el sol. Una sola de aquellos proyectiles era capaz de destrozar y hundir un navío en plena refriega.

Mientras descendían por el acantilado, oyeron en la lejanía el tañido de las campanas de la ciudad. Habían descubierto el transporte de presos y en breve saldrían diversas partidas de caza tras ellos. Por fortuna, la barcaza que les esperaba en el agua no tardaría en llevarles hasta el gigantesco barco anclado frente a ellos.

Una vez a bordo del navío, y tras levar anclas, se dirigieron a puerto, obstaculizando la salida del mismo. Las gigantescas catapultas sepultaron bajo las aguas a la pequeña flota naval que había quedado en defensa de la ciudad. Después, fue la ciudadela la que quedó reducida a escombros. El joven ladronzuelo sintió como la adrenalina recorría sus venas y al poco se encontraba lanzando vítores al lado de sus nuevos compañeros de armas.

Durante siete años estuvo a bordo del “Nederlyn”. El día de su vigésimo cumpleaños, la nave fue acorralada por buques mercenarios, pagados por los comerciantes, en una ensenada. Sin tiempo para reaccionar, tres barcos de guerra hundieron en apenas media hora el navío. Grandes piedras cayeron sobre sus cubiertas. Trozos de madera salían despedidos hacia el cielo cayendo estrepitosamente al mar. En una de las sacudidas, su cuerpo fue lanzado por los aires, aterrizando en medio de las revueltas aguas. A duras penas consiguió asirse a un tablón y llegar a la isla que les servía de refugio para ocultarse, descansar y reaprovisionarse de agua y frutas.

Nadie sobrevivió a la encarnizada batalla. Poco pudieron hacer para defenderse. Los pocos que sobrevivieron y lograron llegar a la playa fueron asesinados sin compasión. Desde un peñasco, agazapado, temblando de frío y terror, observó como el resto de sus compañeros, uno a uno, era pasado por la tabla, con los pies y manos atadas, con un gran peso colgado de los pies.

Durante tres meses malvivió en la isla, alimentándose de raíces y frutas que maltrataron su estómago. De vez en cuando conseguía cazar algún conejo y en alguna ocasión hasta un animal escurridizo, parecido a un jabalí, pero de gusto horrendo. Sólo cazó dos, y se dedicó a los conejos en cuanto los calambres de su estómago cesaron.

Un atardecer, mientras acechaba a un pescado con una lanza improvisada, sentado en un tronco, divisó un barco en el horizonte. Se echó a la espalda la bolsa que se había confeccionado con tres grandes hojas y en cuyo interior se encontraban tres peces recién capturados y se estiró, cuan largo era, sobre el tronco, empezando a remar hacia la orilla.

Al acercarse a la orilla, una ola giró el tronco enviándole al fondo y perdiendo con ello la bolsa y los peces. Boqueó al volver a la superficie y empezó a nadar, impulsándose con las olas. Quería ocultarse antes de que le divisaran desde el barco. El terror a ahogarse apareció de repente cuando no encontró el tronco que utilizaba para salir a pescar a pocos metros de la orilla, pero pronto tocó pie en la arena.

Con el agua por la cintura y golpeado por las furiosas olas, cayó un par de veces de bruces, pero consiguió salir del agua y resguardarse tras unas rocas.

Miró hacia el barco y vio que habían lanzado una chalupa al agua. Por un momento su mente quedó en blanco, su garganta seca. Habían transcurrido tres meses. Tres meses desde que había visto por última vez la portentosa figura del capitán de la “Nederlyn”, de pie, al frente de sus hombres, sobre la cubierta del barco que había acabado bajo el fondo del mar tras el bombardeo sufrido junto a toda la tripulación que durante siete años habían sido sus compañeros.

Sus dedos se crisparon sobre la arena.  Respiró hondo y exhaló el aire lentamente entre sus agrietados labios. Tenía que olvidarse de la ira. Quizás se le presentara una ocasión para salir de aquella isla.

Décimo capítulo de diez

Endersal Capítulo 10 ¿Tu nombre? Durante la caída, notó como la mano de la chica se aferraba fuertemente a la suya. El violento c...